¿Cuántos equipos de fútbol tiene Madrid? La pregunta encierra varias trampas. Si nos referimos al «viejo Madrid» de antes de la ampliación del término municipal, se nos vienen a la cabeza, a todos, dos equipos, los que casi monopolizan las informaciones de la prensa, la radio y la televisión. Si sumamos los pueblos anexionados, nos sale un tercero, el Rayo. Si nos vamos a Madrid-provincia, tenemos otros dos de cierta importancia, el Getafe y el Leganés.
Pero en realidad son muchos más, pues hay infinidad de clubes medianos y pequeños en casi todos los barrios y municipios. E incluso los ha habido que fueron importantes en el pasado, pero a los que se habría tragado el remolino de los tiempos de no ser por la labor de algunos cronistas, como el que hoy nos ocupa.
Juan Carlos Casas Rodríguez es un periodista del barrio de Usera que desde hace décadas se ha especializado en dos temáticas: los ferrocarriles y el deporte. La primera de sus dos pasiones le ha hecho convertirse en uno de los mayores expertos del país sobre la historia de la tracción Diesel, y la segunda la ha ejercido muchos años desde las páginas de Don Balón, para fusionar ahora ambos campos de estudio en el libro La Ferro, un equipo madrileño que también fue campeón (SND Ediciones, Buitrago del Lozoya, 203 páginas). Es la historia de la Agrupación Deportiva Ferroviaria, que aparte de un equipo de fútbol tenía secciones de otros deportes y que fue creada en diciembre de 1918 por personal vinculado a las antiguas compañías ferroviarias, de ahí el nombre.
La Ferroviaria nació en el distrito de Chamberí, aunque jugó sus partidos de mayor eco social en un campo aledaño al Paseo de las Delicias. Formó parte de la Segunda División, luego de la Tercera, y luego se fue extinguiendo hacia categorías, campos y sedes cada vez más testimoniales. Probablemente nunca superó la pérdida emocional y material de su campo de las Delicias, sobre el que la nueva compañía ferroviaria estatal, la Renfe, edificó bloques de viviendas para sus empleados, y finalmente, en 2007, desapareció de las competiciones tras 88 años de historia en los que sus jugadores y directivos fueron testigos de infinidad de cambios en la sociedad, en la organización burocrática y federativa del fútbol, en la política, en las costumbres y en el urbanismo de Madrid.
Por tanto, no vamos a tener con éste libro una mera enumeración facilona de victorias, empates y derrotas, o listados sin fin de plantillas y fichajes, sino que además de los datos propios de la estadística balompédica vamos a acercarnos a la historia y a las intrahistorias del “otro fútbol”. El “otro fútbol” es, por un lado, el que casi nunca aparece en los programas de los locutores-estrella, y cuyos “cracks” no viven en urbanizaciones aisladas de máxima seguridad. Es el de un equipo que sufre los problemas de la posguerra como otros muchos equipos de hoy viven los problemas de la crisis. Sus jugadores tienen que salir al campo vestidos de azul marino, porque la escasez es tal que les resulta casi imposible adquirir camisetas del azul celeste “de antes de la guerra”. Antes de poderse alojar los ferroviarios en los bloques de pisos que van a salir de los terrenos del campo, muchos de ellos están viviendo precariamente en vagones de mercancías apartados en las estaciones y reconvertidos en “soluciones habitacionales” como se ha podido. El “otro fútbol” es también el fútbol que lo fue todo en el pasado, y que con el tiempo se fue disolviendo en el casi-anonimato ¿Quién se acuerda hoy, por ejemplo, del Racing Club de Madrid? Estos equipos acabaron sirviendo de cantera de jugadores para los gigantes a los que acabaron cediendo el protagonismo. Algún ex-portador de la camiseta celeste tuvo incluso sus días posteriores de gloria como internacional en la Selección Española.
El Campo del Gas es conocido por las extensas crónicas que generó en el mundo del boxeo o el de la lucha libre, pero también tiene una importante historia futbolística.
Por último tenemos un importante capítulo sobre otros equipos, a lo largo y ancho del mundo, que también han surgido del entorno de las empresas y administraciones ferroviarias, así como un anexo fotográfico con imágenes procedentes en gran parte de los archivos originales de “La Ferro”.
-La Gatera de la Villa: Para poner en situación a nuestros lectores. ¿Cómo era el fútbol de hace un siglo? Las dimensiones de los terrenos de juego y los reglamentos no parecen excesivamente diferentes de los actuales, pero la estructura de las federaciones y competiciones de España sí ha sufrido bastantes cambios. ¿Han sido a mejor, a peor, o ha habido de todo?
-J.C.C: En aquellos lejanos inicios era un deporte que se practicaba por afición, un tanto desorganizado, que se jugaba en descampados, sin vallas alrededor del campo de juego ni tapias que acotaran el recinto deportivo, ni hierba. Porterías, rayas pintadas, un balón y once contra once… sin sustituciones. Todo cambió en el siglo XX, durante los últimos años de la primera década y los siguientes del posterior decenio, cuando algunos equipos quisieron competir a un nivel mayor y ganar. Sobre todo, ganar. Ambición representada en Madrid por el Racing Club chamberilero. Estos equipos empezaron a pagar cantidades de dinero a algunos jugadores para que se dedicaran ‘full time’ al fútbol. Con el profesionalismo comenzó todo a cambiar. Menos las reglas básicas del juego ‘made in England’. A los equipos que generaban expectación les fue bien con los jugadores profesionales porque esos elementos eran un punto de atracción para los aficionados, los cuales, ya con los campos tapiados, pasaban por taquilla para verlos jugar. Sin embargo, a los equipos más modestos que cayeron en la tentación de seguir ese ritmo de gasto casi les llevó a la ruina, como le ocurrió a la propia Ferro ya en los años de la posguerra. Para ellos, el retorno de la inversión era una meta lejana, casi imposible.
-G.V: La historia de La Ferroviaria se cruza con la de otra institución madrileña, el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios, con su monumental edificio de la Dehesa de la Villa. ¿Podemos considerar a las Compañías ferroviarias como verdaderos “estados dentro del Estado” por la infinidad de empleados y obreros que estaban a su servicio, y a los que había que proporcionar (y también a sus familias) infraestructuras para su educación y su ocio?
-J.C.C: Claro que sí. Las Compañías ferroviarias entonces privadas, como Norte, MZA, Oeste…, fueron pioneras a la hora de desarrollar sistemas de bienestar personal que proporcionaran a sus empleados diferentes servicios. También hay que tener en cuenta que con ello pretendían, obviamente, eliminar o reducir el sindicalismo creciente de aquellos momentos, aunque no lo lograron. Lo que sí consolidaron con esas ofertas para el tiempo de ocio de sus empleados, como facilitarles la práctica de alguna actividad deportiva, fue una cultura propia que después fue reproducida por otras grandes empresas de otras industrias.
-G.V. Vemos que ha existido una enorme tradición de pequeños y medianos clubes de fútbol en los terrenos del actual distrito de Chamberí, desde equipos contemporáneos de La Ferroviaria al pequeño campo ubicado en terrenos del Canal de Isabel II junto al paseo de San Francisco de Sales, donde en nuestros días juega o entrena, por ejemplo, el Celtic Castilla. ¿A qué se debe? ¿Abundancia de terrenos todavía no edificados a principios del siglo XX, pero no excesivamente lejos de lugares poblados? ¿Proximidad tanto a la antigua Universidad de San Bernardo como a las entonces nuevas facultades de la Ciudad Universitaria?
-J.C.C: Es obvio, por las crónicas, que Chamberí respiraba fútbol en sus calles en aquellos primeros años del siglo XX. Allí estaba el Racing Club y después se instaló la Ferro. Había espacios sin edificar y residían en la zona muchos estudiantes dispuestos a hacer deporte en esos descampados, formando equipos, unos informales, otros pequeños, pero siempre con la ilusión de llegar a jugar con los racinguistas en el campo de Martínez Campos, un recinto habitualmente repleto de público porque se encontraba en una ubicación cómoda para la gran mayoría de los aficionados madrileños. Y después, ya en los años 40, también apareció con fuerza allí la
-G.V: ¿Pudo hacerse algo más para haber salvado a La Ferroviaria de su agonía y extinción final? ¿Entre todos la mataron y ella sola se murió, o fue un proceso inevitable?
-J.C.C: Hay que poner por delante que no son pocos los gastos que debe afrontar una Junta Directiva para mantener un equipo en competición oficial, aunque sea jugando en una categoría tan humilde como la Regional. Desde comprar balones y ropa deportiva hasta abonar la tarifa por las licencias en la Federación madrileña. Y todo se complica hasta el infinito si el equipo en cuestión no cuenta con un terreno de juego propio y debe destinar una buena cantidad de dinero a alquilar uno para entrenar y para jugar. Este fue el caso de la Ferro. Jamás tuvo un campo en propiedad. Y eso fue clave en su desaparición porque ya en los años finales le impidió contar con una fuente de ingresos que se puso de moda a caballo entre los siglos XX y XXI: crear una escuela de chavales. Cobrar por enseñar a jugar y después competir con alevines, infantiles, cadetes y juveniles fue la tabla de salvación de bastantes equipos modestos, ya que con esa entrada de dinero a su tesorería desde el bolsillo de unos ilusionados padres se equilibraba el presupuesto y los números rojos aminoraban.
-G.V: Para finalizar. ¿Hay en proyecto alguna crónica más de otros de estos equipos del “otro fútbol” madrileño?
-J.C.C. A corto plazo, no. Los siguientes proyectos editoriales son todos de índole ferroviaria, y uno de ellos tendrá varias páginas con tinte madrileño. Será un libro a modo de catálogo con las estaciones más importantes de España por su peso histórico, y, como no podría ser de otra manera, se repasan todas las legendarias terminales de la capital.
Juan Pedro Esteve García – La Gatera de la Villa